sábado, 31 de diciembre de 2011

Paseo navideño.

Los hábitos hacen costumbres, este año ha sido el primero desde hace mucho tiempo que no vagabundeo por las calles de Granada con mi padre en busca de libros viejos. Porque desde aquella tarde se convirtió en algo que hacíamos los dos solos, juntos. Pasábamos la tarde hablando entre la gente y entrábamos en uno de esos establecimientos tan curiosos, llenos de historias viejas que ya no se volverán a editar. Historias que parecen estar esperando a que mi padre las encuentre.
He echado de menos ese paseo este año, pero fue extrañamente reemplazado por una mágica visita a la catedral, la cual hemos visto ambos decenas de veces. Pero esta vez no nos fijábamos en las columnas por su belleza arquitectónica, sino por algo mucho más misterioso y digno de tener una historia solo para él, el reloj de la catedral.
PD:Como siempre gracias a mi tio por prestarme la foto.

Diciembre de 2011
Aquella navidad hacía muchísimo frío, un frío que congelaba el agua de las fuentes y vestía las manos de guantes de lana.
Mi padre siempre ha sido un alma libre que en navidades se veía ahogada en un diminuto y sofocante piso de aquella ciudad iluminada con luces de miles de colores.
Toda la ciudad se vestía de navidad y todas las calles del centro se llenaban de gente con las narices rojas y un deseo en los ojos. El aire olía a la promesa de los regalos sobre los zapatos, olía a un año que se va, olía a bolas doradas y a frío, mucho frío. Un frío que convertía mi aliento en una nube blanca.
Aun recuerdo mi nariz helada, mis orejas protegidas por un gorro de lana, una bufanda gruesa y gustosa sobre mi cuello y el mejor abrigo que he tenido jamás. Pero no llevaba guantes, no los llevaba para poder sentir la piel cálida de la mano de mi padre que cogía la mía con firmeza. Mi padre mantenía mi fría y diminuta mano bien agarrada para que no me perdiese entre la muchedumbre de la Gran Vía o en la inmensidad de la plaza Bib rambla. Yo tenía apenas ocho años recién cumplidos, pero ya adoraba los libros.
Aquella tarde mi padre había deseado huir en busca de palabras, pero no de palabras nuevas con la tinta aun fresca, no; buscaba palabras ya leídas, impresas en páginas amarillentas que oliesen a libro viejo. Y yo, había decidido acompañarlo.


Happy:)

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Me busco entre mis palabras.

Para poder ver mis textos desde fuera, siempre he intentado leerlos como si leyese un texto de otra persona corrigiéndome como si no conociese el por qué de cada palabra, pero me ha resultado imposible. Sé por qué pongo lo que pongo, por qué uso esa palabra o por qué el personaje tiene los ojos azules. Mis historias son inventadas, no son reales, pero a menudo encuentro vivencias personales o amigos en mis textos. Ese fue el pensamiento que me hizo escribir esto, olvidar lo que había escrito para poder empezar desde el principio, encontrarme en mí misma en todo lo que escribo. Pero me he decidido mostrar esta idea porque por primera vez  hay un libro en mi estantería que tiene mi nombre entre sus autores, jamás imaginé que pudiese llegar a pasar. Por fin, participar en un concurso ha dado sus frutos. Gracias Cheerful por retratar nuestras tardes infinitas perdidas entre libros, entre palabras que nadie a leído todavía o entre palabras que fueron leídas por gente a la que no conocemos y de la que nos inventamos su pasado, porque tengo una anecdota curiosa que me hizo perder el pudor a sentarme en el suelo de una librería y soñar con vivir entre aquellos libros. Como siempre, gracias por todo.

Febrero de 2010

Paralizada, me quedaba paralizada cada vez que leía mi nombre en la portada de alguno de aquellos libros. Preguntándome sin parar cómo o en qué pensaría mientras lo escribía.
No recordaba apenas nada. Algunos miembros de mi familia, algunos detalles de mi casa, mi pareja actual y mis recuerdos de niña. Nada más. Me habían dicho que era profesora de lengua en un instituto a diez minutos del humilde piso en el que vivía con Fran desde hacía ya un año. Tengo 27 años y tres sobrinos. Veraneo en el pueblo de mi infancia y me gusta el chocolate con churros para desayunar los domingos; o eso me habían dicho.
Otras cosas las he ido descubriendo al ir retomando mi vida. Por ejemplo, solo tengo dos cursos en el instituto, todos mis pijamas con suaves, soy amante de los animales y las plantas y tengo dos tortugas, un petirrojo, seis peces y una perrita, y… soy escritora.
Nadie me había avisado, soy escritora y lo había olvidado. En mi ordenador he encontrado muchos borradores, anotaciones, concursos pendientes de participar, en los que ya he participado o de los que espero una respuesta. He publicado dos libros infantiles y uno para adolescentes pero a lo que más me dedico es a mandar textos cortos a revistas o concursos.
Me enteré de forma brusca. Iba caminando por la calle, por mi ciudad, que ahora me parece desconocida, en uno de mis paseos para volver a la movilidad. Una chica me vio desde lejos y se acercó a mí saludándome con alegría. De inmediato pensé que sería una de mis alumnas a la que no recordaba, pero sus palabras no me cuadraban.
“Madre mía, no me puedo creer que nos hayamos tropezado. Te admiro mucho y tus palabras me han ayudado en muchas ocasiones. ¿Te importaría firmarme esto?”
Nada de aquello me cuadraba en absoluto pero cuando me tendió el libro y lo abrió por la primera página no supe cómo reaccionar. Cogí el libro y miré la portada. En ella se veía una tijera que recortaba una estrella y muchas estrellas de papel amontonadas sobre un fondo oscuro: “Sueños recortados y brillantes como estrellas” Rezaba el título, y más abajo, mi nombre. No podía ser, aquello debía ser una equivocación. De pronto comprendí el significado del bolígrafo y las palabras de la chica.
“Creo que te equivocas de persona”.
“No lo creo, ahora tienes el pelo más corto pero eres clavada a la foto”.
Era cierto, en el hospital me habían cortado el pelo para la operación y aunque ya me había crecido aún no estaba de forma natural. Pero toda esta reflexión llegó mucho más tarde, en aquel momento la visión de la fotografía de la contraportada me dejó sin aliento. No había duda, era yo.
Llegado a aquel punto decidí que lo mejor era firmarle el libro y correr a pedir explicaciones.
Ahora, cuando entro a una librería y veo mis libros no paro de sorprenderme. Solo recuerdo el título de uno de mis escritos, los demás los leo como si no fuesen míos sabiendo que sí  lo son. El médico dice que solo recuerdo ese porque lo escribí cuando era muy joven y puede que haya mucho de mí ahí dentro. Por eso, ahora me busco entre las páginas de mis propias historias.

Happy:) & Cheerful_

lunes, 31 de octubre de 2011

Enamorada de la luna.


Este texto lo escribí muchos siglos atrás, quizás no tanto pero, al menos, dos años. No recuerdo la fecha exacta ni el motivo por el que me comenzó a interesar escribir sobre lobos. En el comienzo de la idea este texto no tenía continuación, acababa hasta donde llega y no había más. Eso era todo, no había pensado ni el antes ni el después y mucho menos en la vida de los personajes. Actualmente esto ha cambiado. Ahora esos personajes tienen nombre, vida, familiares y una historia que contar. Esto ha ocurrido gracias a un personaje peculiar que lleva insistiéndome dos años en que construya una gran historia a partir de este texto y antes del verano, (cansada de decirle que ya lo haría más adelante) me propuse hacerle como regalo de cumpleaños esta historia. Por desgracia su cumpleaños es en Octubre y esa historia maravillosa que le prometí aun está en construcción. Siento muchísimo que esto sea lo único que le puedo dedicar por su 16º cumpleaños, pero lo hago con todo mi cariño. Un besazo para In Love.

Septiembre, 2009 ¿?

En aquel lugar algo misterioso y peludo se movía entre los matorrales que rodeaban la explanada. Pero prefería permanecer allí tumbada, en el suelo, muerta de frío y de miedo. Intentando no moverme para no atraer a aquello que me rondaba. Fuera lo que fuera, me había llevado hasta allí mientras dormía, y ahora, no paraba de correr a mi alrededor.
La única claridad de la noche había procedido de la luna llena, pero las nubes la taparon y quedé en una oscuridad total. De repente el cielo se iluminó por rayo y sin tregua sonó un trueno ensordecedor.
Daba la sensación de que la tormenta quisiese partir el cielo… y cuando pensaba que nada podía ir peor, comenzó a llover y otro raya iluminó el cielo en respuesta a mi pensamiento.
Cuando estuve calada hasta los huesos, lo que corría a mi alrededor salió de los matorrales y se acercó a mí muy lentamente… sentí que mi corazón se aceleraba y todo mi cuerpo tiritaba tan fuerte que creí que me partiría los dientes, no estaba segura de si por frío o por miedo.  Siguió acercándose a mí y pronto pude oír su respiración agitada y sentir  su aliento tibio en mi nuca.
Yo seguía de espaldas a mi raptor cuando colocó su enorme hocico y empezó a empujar. Me estaba arrastrando pero ¿hacia dónde? Mi chándal viejo estaba cubierto de barro al igual que mi pelo, estaba descalza y empapada, me sentía sucia y con mucho miedo, me sentía morir. Aun así, hice fuerzas de flaqueza para intentar dejar de temblar e hice acopio de levantarme pero cuando por fin lo conseguí, me tambaleé y caí.
 Me costó unos segundos darme cuanta de que estaba recostada sobre el animal. Tenía un hocico grande y una dentadura temible, sus ojos reflejaban sabiduría y mucha preocupación, aquellos ojos tan profundos y azules. Tenía un largo y esbelto cuerpo totalmente cubierto por un espeso pelaje blanco que recibía la lluvia inmisericorde.
Era un lobo, eso sin duda, pero su mirada era sabia y su tamaño… era enorme, quizás el doble que un lobo común. Y su mirada…

Happy:)

viernes, 30 de septiembre de 2011

Hoy me siento feliz.

Por Almería y todas las personas que viven en ella y me hacen echar de menos esta maravillosa ciudad. Porque adoro su mar, su playa y su gente. Mi casa, el centro y todos los recovecos en los que nos hemos hecho una foto. Mis amigos, los scouts, y mi chico... Mi antiguo colegio, el parque de mi infancia y el olivo de mi jardín. Porque todo, absolutamente todo, lo echo de menos cuando me alejo de mi tierra. Porque aun soy capaz de perderme en esta ciudad, porque no importa lo que diga en mi DNI, yo he aprendido a soñar entre estas calles, he aprendido a nadar en esta playa, he conseguido ser feliz en esta casa. Y si me preguntan de dónde soy, contesto sin vacilar, porque estoy feliz de ser de aquí, porque estoy feliz.

Septiembre 2011.

Hoy me siento feliz, todo me parece feliz.
Y es que, por más que lo pienso no puedo encontrar la forma de tener más de lo que ya tengo.
Soy feliz. Soy joven, estoy sana y tengo una familia que me quiere; tengo unas amigas en las que confío más que en mi misma y tengo a un chico al que quiero con locura y que él dice quererme también.
No me va mal en los estudios, soy una empollona y no me da vergüenza serlo; soy cristiana y estoy orgullosa de serlo; soy scout y me encanta serlo; y aunque no soy una deportista muy buena, voy a las entrenamientos de mi club con la cabeza bien alta y estoy contenta de defenderme sin problemas nadando.
En resumen, ¿se puede ser más feliz?
El agua caliente corre por mi espalda y una canción sobre las locuras de dos enamorados suena desde mi reproductor, suena el estribillo y yo lo canto a gritos luchando por no morder el cepillo de dientes y que no me entre espuma en los ojos.
Y salgo de la ducha y me miro en el espejo bailoteando y me siento guapa, me siento optimista, me siento feliz.
Peino mi pelo oscuro y ayudo a mis tímidas ondas a despertar. Me deslizo en mi vestido blanco, no muy ajustado por mi cuerpo regordete; pero hoy me parece adorable. Me pinto una fina raya negras remarcando el contorno de mis ojos, casi inexistente que no ayuda en nada más que en sentirme como una niña coqueta. Tras deslizar mi dedo lleno de vaselina por los labios y lucir unos grandes pendientes, estoy lita para descender la escalera. Cuando bajo por ella me siento una diosa, una princesa, siento que podría pisar a cualquiera. Soy feliz.
Me despido de mi hermana que disfruta de su noche de “pizza y peli”. Yo salgo de mi casa para adentrarme en la noche almeriense pisando fuerte sobre mis sandalias planas.
Aquella tarde había sido genial, una tarde de amigas. Charlas, risas, un helado, fotos y ropa. Una tarde tranquila y feliz, paseando por el centro.
Me siento dichosa y afortunada. Soy feliz.
Mis padres, que se quieren y a pesar de sus momentos duros viven en cooperación absoluta, iban a disfrutar esta noche de una noche de tapas con sus amigos. Mi hermana pequeña tenía su película; y esa tarde, antes de salir, había hablado con mi hermana mayor por teléfono. Esta un poco agobiada con las clases de la universidad, pero acababa de terminar el último examen del semestre y eso noche iba a celebrarlo con unos amigos.
Esta noche todo el mundo es feliz, esta noche el aire está lleno de dicha; porque esta noche, soy feliz.
Y cuando bajo del autobús y tras mirar un segundo el mar y le veo esperándome, casi no puedo respirar de felicidad. Y si os pudiese contar lo que sentí cuando se inclinó a rozar sus labios entreabiertos con los míos…
He decidido que quien no es feliz es porque no quiere, porque no sabe ver la belleza del mundo, porque yo hoy la veo en cada rincón. Esta noche sin luna me siento brillar de felicidad y puedo brillar por los que me rodean.
Me siento gigante, hoy los pesimistas me parecen unos pusilánimes, hoy solo quiero ser feliz.


Happy :) & Cheerful_

miércoles, 31 de agosto de 2011

Una vida sobre el mar.

Este cuento lo escribí en primero de secundaria cuando yo aun estaba descubriendo que escribir podía ser una diversión. Este cuento lo entregué como redacción para la clase de lengua y cuando me tocó leerlo en voz alta uno de mis compañeros me acusó de haberlo sacado de Internet. Al principio me asusté por si aquella acusación podía traerme problemas pero al ver que la profesora no le daba importancia no pude hacer menos que sentirme orgullosa. Después de dos años no lo veo con los mismos ojos pero le sigo teniendo mucho cariño por regalarme mi primer instante de gloria como inventora, de amiga de las palabras.
La foto tan preciosa que acompaña es de mi tío, un fotógrafo con mucho talento y una persona que te puede hacer reír a carcajadas. Gracias por prestarme esta foto, un beso.

Mayo 2009

El mar para muchos no es más que una gran extensión de agua salada, pero para la mayoría de los marineros es su esposa.

¿Qué es el mar para ti? ¿Un lugar con agua fresquita para poder bañarte después de tomar el sol? Es muy posible que esta visión del mar incomodara mucho al muchacho sobre el que os voy a hablar.
Antes de la existencia de los motores y de los barcos con ellos, los b.arcos funcionaban con velas y eran empujados por la fuerza del viento, y era en ese tiempo en el que vivía Will.
Una mañana cuando un velero salía de un importante puerto de una gran ciudad, un joven muchachi se escondió en un barril aprovechando el alboroto del embarque y consiguió que no lo descubrieran hasta que ya era irremediable. Cuando subió a cubierta y el capitán se enteró de su presencia,  lo mandó a la cocina para hacer de recadero. Podría haberlo castigado pero aquel capitán albergaba un gran corazón y decidió dejar que se quedara. Así fue como desde muy pequeño comenzó a servir en un velero, fregaba los suelos de cubierta y de vez encuando hacía las tareas de un marinero perezoso por una mezquina recompensa.
Transcurrió su primer viaje, y después de este muchos más y así consiguió Will dejar su casa con tan solo diez años. Y nunca regresó. Siempre estubo enañorado del mar, pero sus padres eran posaderos y no conocía todos los peligros que pronto descubrió.
Y el viejo dicho de: " Una novia en cada puerto igual que los marineros" se dio cuenta de que era cierto en muchos casos y fue participe de él en alguna ocasión cuando tenía diecisiete o dieciocho años.
Nunca supo cuantos años tenía exactamente, ni cuando era su cumpleaños. Tenía el vago recuerdo de que había nacido en verano pero tampoco conocía la fecha.
Pero sí sabía que tenía diez años cuando había empezado su vida de verdad, cuando dejó su casa y se entregó al mar. Después de su primer viaje en el que solo era un polizón muchos marineros, y hasta el capitán, le habían tomado cariño y no les gustaba la idea de abandonarlo en cualquier ciudad. Por eso acordaron aceptarlo en la tripulación ya que era lo que el niño más deseaba, y como había sido eficiente le enseñarían a ser un buen marinero al servicio del rey y de su país.
Will pasó de ser un grumete a ser un destacado marinero en algunos veleros importantes; también pasó de servir simplemente en la cocina y cuando había tormenta esconderse debajo de la cama, a trabajar en cubierta y cuando había una tormenta estar al ppie del cañón para lo que hiciera falta.
Su mayor sueño siempre fue llegar a formar parte de un buque de guerra al servicio de los reyes de Inglaterra. Sueño que alcanzó al conseguir los treinta y cinco.
Nunca tendría un hogar al que volver, ni una familia a la que mandar el dinero que ganaba, ni una chica en la que pensar enn su largas jornadas en alta mar. O eso pensaba él hasta que se cruzó en su camino con una joven. Estaban amarrados en puerto por las reparaciones del buque en el que navegaba. Después de una guerrilla en alta mar contra una tripulación francesa había desperfectos y se hospedaba en la ciudad cuando se la encontró.

Nunca me contaron exactamente cómo acabaron juntos, pero lo hicieron y no fue un noviazgo pasagero de la juventud como los anteriores. Aquelló le llegó muy profundo y en opiniión de algunos marineros, fue muy perjudicial para su carrera. Solo pensaba en ella y en regresar a su lado. Por eso, cuando se casaron y tuvieron su primer hijo, Will dejó la Armada y comenzó a trabajar en un velero mercante. Y aunque pasaba mucho tiempo fuera de casa, los cuatro hijos que tuvieron conocieron a su padre y supieron que murió en el mar y que su último aliento fue de aire salado porque el quería que así fuera. Y os aseguro que el verdadero amor de Will era el mar, y la amó desde los diez años.


Happy :) & Topoaguilera

domingo, 31 de julio de 2011

Gaviota despistada


Esta historieta esta claramente dedicada a Gaviota Despistada, porque lo vi apoyado en el árbol, en aquella piscina municipal después de aquella largo caminata. Sus calcetas, sus gafas, su sombrero, sus botas, sus pantalones… y tuve un pensamiento expresado en voz alta que al principio temí que fuese tomado a mal “eres todo un personaje” Y así fue como comencé a hacer preguntas impertinentes sobre su familia, sus gustos, sus novias y su infancia… Espero no haber sido muy pesada. Y que esta historia no resulte incómoda porque en muchas ocasiones el personaje solo es Pepelu físicamente, ya que me temo que no lo conozco lo suficiente para saber cómo reaccionaría en cada ocasión.
Pero además de a Pepelu, también se lo quiero dedicar a todos los scouts. Por todas, las cosas que compartimos y compartiremos, por los momentos, los abrazos, los juegos y las guerras de agua. Por todas esas cosas que aparecen en una canción de Alejandro o de Jesús o de un loco que no conocemos, pero al cantarlas sentimos que tiene razón.
Por último mencionar que este cuanto es un poco especial, hay cosas contadas a medias pero que ciertas personas entenderán a la perfección. Cuando tu escribes un cuento lo haces dando todos los detalles necesarios para que cualquier lector anónimo comprenda, me temo que en esta ocasión no va a ser así.
Espero que os guste.
PD: La foto de las gaviotas es de Cheerful, siempre dispuesta a ofrecerme lo que haga falta, gracias.

Julio de 2011

A veces pienso que tal vez solo sea un fantasma o una imaginación, pero el recuerdo es tan vivo…
Nunca le he hablado a nadie de él pero creo que ha llegado el momento.
Cuando lo vi por primera vez, paseaba mi mayoría de edad recién estrenada por una playa en la que estaba veraneando con unas amigas. Caminaba sola muy temprano, y  hacía ya dos horas que había dejado el pueblo atrás. Si me hubiese vuelto en cuanto lo pensé, no lo habría conocido, pero seguí caminando hasta unas rocas y al subirme en una de ellas le vi. Estaba acostado sobre la arena muy cerca del rompe olas y empapado por las salpicaduras. Un montón de objetos se esturreaban a su alrededor y lo primero que pensé fue que había tenido un accidente o que se encontraba enfermo o…
Me esperaba de todo menos lo que ocurrió.
Me incliné sobre su rostro buscando heridas y mi pelo tocó su cuerpo por error. En su rostro se dibujó una sonrisa plena que apenas dejaba imaginar sus dientes, y abrió los ojos diciendo: “Soñaba que me despertaría un ángel y se ha cumplido”.
Aquella vez fue la única que le vi los ojos, pero no consigo recordar de qué color eran. Se puso de inmediato las gafas de sol el resto de su pintoresco atuendo y cuando estuvo ante mí no pude más que mirarlo de arriba abajo y analizar. Llevaba unas botas de cuero desgastadas por el uso, unas calcetas verdes a rayas y unos pantalones vaqueros por las rodillas, una camisa scout, una pañoleta y un cuatro bollos; cabello castaño y barba de pocos días.
Más tarde, ni siquiera recuerdo cuándo, encontré mil detalles curiosos en su vestimenta  que me llamaron tanto la atención que me gustaría mencionarlos. En uno de los bolsillos traseros de los desgastados pantalones vaqueros llevaba un parche con la cabeza de Jack Skeleton, como pasanudos llevaba una cabeza de turco y en la punta de la pañoleta un silbato, llevaba su tótem grabada con la dedicatoria de la jefa, y en la camisa scout llevaba las insignias de todas las ramas lo que le convertía en todo un veterano… y muchos otros detalles pequeños.
Pero volvamos al momento en el que todo aquello se me escapaba.
Se presentó como “Gaviota Despistada” y me invitó a ir al pueblo con él para desayunar. Por un segundo volví a la realidad y rechacé la oferta del desayuno aunque fuimos juntos andando hasta la casa en la que me alojaba y eso nos dio la oportunidad de hablar durante horas. Y hablamos…
El comenzó contándome que acababa de llegar de un campamento y por eso iba con el uniforme scout al completo. Yo le conté que de pequeña había sido scout pero que cuando los estudios habían empezado a complicarse, tuve que dejarlo. Él habló de su abuela, que vivía en aquella aldea, y que venía a visitarla todos los años por su cumpleaños.
En aquella conversación descubrí cosas sobre él que no conocía ni de algunas de las personas más cercanas a mí: su color favorito era el verde y su número el 13; el día de su cumpleaños, el 13 de febrero.
-Justo en la víspera del día de los enamorados –dijo con una sonrisa.
También le sonsaqué su nombre aunque me dijo que le encantaba presentarse con su tótem scout. Su nombre era Pepelu.
Logró que hablase sobre mis dudas acerca de estudiar filosofía porque, a pesar de ser lo que quería, no resultaba con salidas económicas. Me hizo recordar mis días como scout con un cariño entrañable y pasó la mañana como un suspiro mientras hablaba con aquel extraño al que ya consideraba amigo.
Llegué a nuestra casita de alquiler y me despedí de él, pero mis amigas seguían durmiendo a pesar de ser cerca del medio día. Así que jamás les conté mi encuentro. Sé que en aquel momento tenía alguna razón, pero no la recuerdo.
Pasé varios días pensando en aquel extraño encuentro, en que me gustaría repetirlo, pero no había guardado ningún contacto: ni una dirección, ni un número, ni un correo electrónico…
Así que me agarré a lo único que me unía a aquel extraño personaje.
Caminé por la playa hasta el escollo donde lo vi por primera vez, a la misma hora y contra todo pronóstico, allí estaba.
Se encontraba sentado en la arena con un poncho de lana de llama y un palestino resguardándolo del aire frío de la mañana y, para mi sorpresa, tocaba la guitarra. Susurraba una canción muy bajito y me acerqué con la estrategia de que fingiría haber venido por casualidad.
-¿Qué tocas? –pregunté a modo de saludo.
-Has tardado mucho, te he esperado varios días aquí sentado –dijo sin dejar de tocar, mirándome desde el resguardo de sus gafas de sol. Jamás sabría de qué color son sus ojos.
-¿Perdona?
-Estoy tocando un viejo tema de Muse.
Así comenzó otra mañana desde muy temprano con aquel chico. Caminamos por la orilla y cuando empezó a hacer calor se liberó del poncho y del palestino y pude ver una camiseta con un rótulo en danés.
Así fue como le pregunté sobre los lugares a los que había viajado, y comenzó a contarme todo lo que había vivido en los largos viajes solo, con sus amigos de la infancia o con su perrito Badi, que más tarde me contó que aquel nombre venía de Baden Powell.
Me contó que fue a Jerusalén y luego a palestina para intentar entender porqué peleaban, quien tenía la razón o si había alguna solución. Me contó cuando fue a Cabo Verde y de cómo todos le trataban como un Dios por ser blanco y por permitirse comer un bocata cada día. Justo después de estar en Kingston, Jamaica, fue a La Habana, Cuba, para intentar comparar el capitalismo con el comunismo y me contó que ninguno daba  la felicidad al cien por cien de la población, unos contentaban a unos y otros a otros.
Llegamos a la cafetería de la aldea justo cuando me contaba que había encontrado a su primer amor en una cafetería, una chica morena y zapillera de su ciudad natal.
Le pregunté sobre sus otro amores y contó que aquella chica había sido un primer amor que no se olvida, que había otras pero nada especial y, aunque creía tener una hija en algún recóndito lugar de los Estados Unidos, ni siquiera estaba seguro.
Hubo un momento en el que la conversación giró hacia mí cuando cogimos los cruasanes de la barra y nos sentamos, pero me daba la sensación de que yo no tenía nada que contar, nada comparado con sus innumerables viajes, que no había vivido nada en aquellos dieciocho años.
Pero él me tranquilizó diciendo que había comenzado a viajar con mi edad, que antes solo había llegado hasta la desembocadura del río a las afueras de su ciudad.
Le pregunté como escogió los lugares que visitar y me dijo que cuando estas en China y te acabas de hacer rico vendiendo vaqueros y todos los carteles están en mandarín solo hay una frase que te indica el rumbo a seguir: “Escoger caminos aleatorios elegido al azar”.
Después de devorar dos cruasanes y un vaso de zumo me tenía que ir, muy a mi pesar.
- Espera, esta noche pasa algo muy especial y me gustaría compartirlo contigo. ¿Te importa si te recojo antes de que anochezca? – dijo cuando me levantaba – Y, por cierto, debes llevar algo para bañarte y ropa de abrigo.
Aquella noche tras ir al cine de verano con mis amigas, nos duchamos y ellas se prepararon para ir de fiesta; yo, en cambio, me puse el bikini, unos vaqueros largos, unos deportivos y la sudadera más gustosa y recia que tenía en la maleta.
Me recogió cuando ya apenas se veía en la calle y mis amigas ya se habían ido. Subí al coche desde el que me pitaba, llevaba mi toalla y el resto de mis efectos personales en mi mochila de rayas.
- ¿Preparada?
Asentí, intrigada por ver lo que me esperaba aquella velada.
Él encendió la radio y de inmediato sonó un tema de jazz y tras encender el motor enfiló el estrecho carril que avanzaba en paralelo a la playa.
No llevaba las gafas de sol pero las luces verdosas de los botones de la radio no eran suficientes para ver sus ojos.
Después de media hora de camino llegamos a una pequeña ensenada entre dos altos acantilados.
Gaviota aparcó el coche al principio de la arena y se apeó. Rescató del asiento trasero su mochila de montaña, que ya conocía de nuestros encuentros anteriores, y se acercó a mí que lo esperaba expectante.
En ese momento no reparé en el libro de astronomía que sostenía en una mano, pero sí lo vi cuando lo depositó sobre la arena junto con su mochila y su camiseta y se zambulló en el mar.
- Ven, no te cortes, el agua es muy cálida en esta playa las noches de verano.
Dejé atrás mis pantalones, mi camiseta, el bolso, la toalla y la timidez. Fui tras él en el agua y reí como nunca. Jugamos y nadamos durante horas y cuando la luna creciente descendía, Pepelu me invitó a que saliéramos del agua y nos secásemos. Fuera del agua cálida la brisa gélida de aquella región se escabulló entre mis cabellos mojados y me congeló hasta los huesos.
Me quité el bañador mojado cubriéndome con la toalla y me apresuré a reemplazarlo por la ropa seca y a esconderme bajo la sudadera. El cabello mojado no tenía remedio, así que lo sequé cuanto pude y lo cubrí con la capucha.
Conforme yo hacía esto, Pepelu había hecho lo propio y ahora estaba cubierto con su poncho de lana y su palestino y me miraba esperando… No estoy segura qué esperaba pero lo que fuera, ocurrió. Cambió su expresión y me regaló una sonrisa tímida y comenzó a decir.
- Hoy es 10 de agosto, día de San Lorenzo. Es el día más caluroso del año porque a San Lorenzo lo quemaron en una hoguera y dicen que derramó lágrimas de fuego.
Miró al cielo cuando acabó de decir esto y lo que vi me dejó sin palabras. El cielo estaba plagado de estrellas fugaces, maravillosas lágrimas de fuego derramadas por San Lorenzo.
Me tumbé al lado de Pepelu y disfrutamos del espectáculo durante horas, comentando cosas como las constelaciones, la vía láctea o las supernovas. Me dormí al cabo de un par de horas viendo las estrellas cayendo del cielo como único techo y entretenimiento. “Quién necesita televisión después de esto”, ese último pensamiento quedó perdido entre la vigilia y el sueño.
A la mañana siguiente nos despertamos con el alba y me dejó en mi casa incluso antes de que mis amigas terminaran con su noche de baile y chicos.
Los días en aquel lugar maravilloso topaban a su fin y yo quería exprimirlas a tope.
Con mis amigas hicimos noche de películas y margaritas, días de playa eternos y noche de baile e intentamos despedirnos de todo. Pero yo no podía parar de pensar que de lo único que no me había despedido era de lo que más deseaba despedirme: una gaviota despistada.
Así que pronto, o eso creí, decidí ir a buscarlo. Al principio no supe a dónde y caí de nuevo en que no habíamos intercambiado ninguna seña.
Llevaba dos mañanas sentada en la playa cuando apareció con sus gafas de sol y su mochila cargada.
- Debo irme – dijo sin más – he venido a despedirme.
- Yo también, pero… - me quedé bloqueada – no sé qué decir.
- No hay nada más que decir, ven aquí y dame un abrazo.
Y tras estrecharme entre sus brazos se dirigió hacia el sur a un nuevo viaje, una nueva anécdota.
A la mañana siguiente cuando cogía mis maletas para dirigirme a la estación, vi una gaviota que volaba hacia el sur, una gaviota despistada.
Ahora hablo de él, me he acordado de él, de mí…de lo que creía ser un sueño, porque lo he visto en una foto en el periódico, tal y como lo recordaba. Con sus calcetas, sus gafas y su palestino. Había salvado a un vagabundo de morir ahogado en la frontera de nuestro país. No quedaba claro si iba o venía pero sé una cosa, debo dejar guardado ese recuerdo, guardar con cariño aquella amistad y dejar volar a la gaviota despistada.

Happy :) & Cheerful_

jueves, 30 de junio de 2011

Inseguridad

Debería escribir uno de esos textos que te hacen llorar pero creo que en lugar de eso usaré palabras sencillas para decirte que te quiero un montón, que eres una amiga increíble, que eres una artista y que espero que este pequeño regalo por tu cumpleaños te guste. Porque este texto encaja a le perfección con esa foto, me encantan.
Además quiero que este conjunto nos dé fuerzas para los momentos de inseguridades, porque estoy segura de que los chicos siempre nos traerán de cabeza, da igual lo que hagamos. Por lo que dicen y lo que no dicen, por lo que piensan, por lo que nos regalan, porque nos besan, porque no lo hacen, porque lo hacen con otras... En fin, realmente no es culpa suya, ningún chico puede atenerse a un patrón con el que ser el chico perfecto y aunque hay muchos patrones falsos que a veces aciertan ninguno garantiza el éxito. 
Feliz cumpleaños, te quiero Cheerful_.

Enero 2011

Inseguridad. Aumentan los latidos, sudores; inseguridad. En definitiva, miedo.
Nos reprenden por tomarnos a broma los temas de los que conocemos tan poco. Pero es mi única forma de desahogarme, y es la más fácil.
Todos mis amigos ríen y bromean sobre esto, porque aunque nadie lo quiere admitir, todos estás tan inseguros como yo. Los chistes malos y los gestos obscenos provocan carcajadas en todos nosotros y notas como liberas parte de esa tensión pero gran parte la comprimes y dejas que entre más. Un día de estos voy a explotar.
Pero, con quién hablas de estos temas, de tus inseguridades, a quién bombardeas con tus preguntas. Los profesores nos lo dan todo desde un punto meramente científico. En mi casa es un tema tabú porque tengo hermanos pequeños y a solas con mis padres no soy capaz. Sus únicas palabras serán para que lo olvide, para convencerme de que esas dudas ya se resolverán más adelante, pero yo no las necesito más adelante, las necesito ahora.  Ahora, tengo todas estas dudas, por qué no me las resuelven.
Yo se las contaría todas a mis compañeros y amigas, pero todos ellos tienen las mismas dudas que yo y están tan perdidos como el resto de nosotros.
Estamos justo en medio del puente. A un lado está la niñez, a otro el mundo de los adultos, tu cuerpo tira para un lado y tu mente para otro y te surgen dudas. Las repuestas son negaciones en silencio y encogimientos de hombros. Tras todas estas frustraciones, estás tú.
No puedo evitarlo, cuando me tocas no puedo evitarlo. Cuando me acaricias y me haces promesas, con tus gestos siento que todas estas dudas se incrementan  y creo que voy a estallar.
Esperarás, o eso dijiste. Dijiste que serías paciente que no había prisa, pero sé que esta lentitud te exaspera y yo tengo miedo. Tengo miedo de ir lento y perderte, tengo miedo de ir rápido y perderme a mí misma en un enorme error.
Cuatro años es mucha diferencia a nuestra edad y yo no sé cómo remediarla. Dar un salto para esquivar todo el puente y reunirme contigo es demasiado arriesgado porque luego puedo encontrarme sola al otro lado.
Deja de mirarme de esa forma, por favor.
Deja de besarme de esa forma, por favor.
Deja de desnudarme de esa forma… por favor.
Mi corazón va a explotar en mi pecho, mi mente rebosará de dudas e inseguridades y mi cuerpo será despojado de su última blancura.
Pero ya es tarde, nadie quiso responder a mis dudas para protegerme y ahora ya es tarde.
Abandono y soledad, sentirme sucia y muy perdida.

Happy:) & Cheerful_

martes, 31 de mayo de 2011

Una montaña de recuerdos y alegría.

Un

Tengo muchas cosas que contar sobre esta historia, quizás demasiadas para contarlas todas ahora. Lo primero es que está inspirada en una amiga a la que quiero un montón y aunque el personaje no es ella, quiero admitir que gracias a ella vino la idea.
Este cuento lo escribí versionando otro, ampliándolo y corrigiéndolo, preparándolo para participar en un concurso intercultural a nivel  provincial llamado “Cuéntanos tu alegría”,  el fin del concurso y de este cuento es promover la pluralidad social, o dicho de otro modo, respetar a los demás a pesar de las diferencias.
Al final gané el tercer premio y, aunque me da bastante vergüenza, estoy muy contenta porque es el primer premio que gano haciendo algo que me gusta tanto, escribir.
Y por último quiero destacar la foto y darle las gracias a mi amiga por prestármela para acompañar la historia.

Marzo 2011

Un cuadrado perfecto entre mis manos y novecientas noventa y nueve sonrisas a mi alrededor.
No estoy muy segura de cuándo comenzó esta locura. Tal vez, el primer día en que vi una sonrisa. No, no puede ser, de eso no logro acordarme. Tuvo que ser mucho tiempo después. En ocasiones, pienso que comenzó el primer día cuando doblez a doblez convertí un papel en algo que me prometía mis sueños más deseados: navegar, volar… Puede que fuese el primer día en que vi sus ojos diferentes, cuando conocí su tenacidad absolutamente necesaria para sobrevivir. A pesar de las dudas, ahora estoy casi segura de que todo comenzó en aquella ocasión en que convertí una sonrisa en algo que se podía tocar. Voy a intentar contaros de la forma más ordenada posible cómo llegué hasta aquí, hasta este dilema, hasta esta decisión. Los protagonistas de las sonrisas que me rodean tendrían mucho más que contar, pero ellos no están aquí. Yo solo tengo sus sonrisas y mis recuerdos y os prometo que lo pondré todo a vuestra disposición.
De todos ellos, a la que más conozco es a la autora de la primera sonrisa. La conocí cuando ambas, aunque por razones distintas, estábamos perdidas y nos ayudamos a reencontrarnos. Ella se encontraba en un país extranjero, rodeada de gente que no tenía sus rasgos y que hablaba un idioma desconocido. Al principio no era más que una atracción para todos nosotros (me incluyo con vergüenza, pero es cierto). La novedad pasó igual que cualquier moda pasajera y cuando la vi caminar cabizbaja y sola quise acogerla entre los míos, pero me costó mucho más trabajo del que imaginaba.
Con el tiempo ambas fuimos aprendiendo una de la otra, fui aprendiendo cosas que ella misma me contaba, al principio por gestos pero supo abrirse paso entre nosotros porque luchaba como diez españoles y demostró ser mucho mejor que nosotros en muchos aspectos. Al poco, todos comenzamos a llamarla Chus, no porque se llamase Mª Jesús, ni mucho menos, sino porque su nombre chino era tan difícil de pronunciar como de recordar y a mí me sonaba extrañamente a un estornudo.
Me habló de su país, China, un lugar lejano y remoto para mí, pero no para ella. Para ella era su hogar al que siempre decía que iba a regresar y que brillaba en sus ojos cuando lo mencionaba.
Me habló de su familia, dividida en diferentes lados del mundo, y de las amigas, que había tenido que dejar atrás para seguir a sus padres a aquel país.
La frase que me abrió el apetito de proverbios la vi por primera vez escrita en una pizarra en el mismo instituto en el que conocí a Chus. “Si lloras durante la noche por no poder ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas” Chus y yo, en uno de los ratos muertos que pasábamos en el instituto, comenzamos hablando de la lluvia y terminamos hablando de proverbios. Y conforme me lo contaba, iba construyendo con sus ágiles dedos una grulla preciosa con paciencia y precisión. El proverbio chino dice que si eres capaz de hacer y reunir mil grullas de papel puedes pedir un deseo. Pero yo quise ir mucho más allá, y mientras terminaba la primera grulla de mi vida supe que lo intentaría y que solo guardaría aquellas que fuesen acompañadas de una sonrisa igual de espléndida y sincera que la que me brindaba Chus en aquel momento. Así fue como me convertí en una cazadora de sonrisas. Y no ha sido nada fácil encontrarlas y reunirlas; no porque la gente de nuestro entorno no sonría, sino porque nos trae sin cuidado la felicidad de los demás.
Cuando apenas tenía cinco grullas en mi caja de cartón comenzaron los exámenes finales de aquel curso y yo, acompañada de todos los estudiantes que me cruzaba, mantenía la concentración en eso. Pero hubo algo, un instante, un sonido, que me hizo recuperar todo mi interés por las sonrisas y olvidar los exámenes por un segundo. Me encontraba en la biblioteca enterrada entre apuntes de Física, Literatura y Matemáticas y a ambos lados, jóvenes de mi misma edad o algo mayores intentaban concentrarse como yo bajo la luz insistente y fría de aquella habitación enorme y abarrotada. Y ocurrió, el sonido de una risa me cortó a la mitad de una fórmula que tendría que empezar de nuevo, pero no me importó. Más allá, en un sillón de aspecto muy cómodo se encontraba un joven en una postura absolutamente relajada, casi inapropiada para aquel lugar público. Era el único joven que parecía divertirse en aquel lugar y en sus manos portaba un simple… un simple cómic. Nada más. Lo observé con detenimiento y vi que seguía sonriendo. Arranqué un trozo de papel abarrotado de ejercicios y comencé a doblarlo hasta convertirlo en una grulla. Una grulla hecha de nombres de grandes escritores, fórmulas de física y ecuaciones donde guardé con cuidado la sonrisa. Al pasar cerca del sillón de vuelta a la calle silenciosa lo vi: era un cómic de Mafalda. “Quino” ponía en la portada. Exacto, un argentino que había escrito tiempo atrás las bromas de Mafalda me había regalado una sonrisa. Abrí el cómic envidiando la sonrisa del muchacho y, sin fijarme mucho, comencé a hojearlo, y… de pronto, mi vista se paró en un bocadillo en el que relucía el proverbio hindú que tanto yo quería. Esta vez, fui yo la que sonrió.
Aunque tenía exámenes intentaba buscar siempre algún hueco para hacer deporte. Así que, un día en el que ya había estudiado seis horas, decidí ir a relajarme un poco y nadar. Cuando ya salía duchada y mucho más relajada me crucé con una curiosa pareja. Era un anciano, quien el poco pelo que conservaba lo tenía blanco como la cal y andaba erguido a pesar de los signos de avanzada edad. Llevaba cogido de la mano a un niño tan oscuro como la noche. En la tez del niño resaltaban mucho sus ojos llenos de ilusiones y su sonrisa inocente de dientes de leche. No paraba de saltar y le decía muy excitado a su abuelo: “Abu, abu, cuéntamelo otra vez. Porfa…” “Te lo acabo de contar Javier” decía el anciano.
Las probabilidades de que aquel niño fuese “sangre de su sangre” eran casi nulas y, sin embargo, el hombre no tenía la expresión de cansancio en el rostro al contestar, sino todo lo contrario. En él relucía la emoción de ver cómo su nieto se divertía con una historia vieja contada con cariño. El anciano cedió con una sonrisa deslumbrante, no por su dentadura precisamente, sino por la alegría de volver a contarlo.
“Vivía en una pequeña aldea un hombre que no sabía leer ni escribir y que tenía un gran dilema…” - contaba el anciano con voz grave. “…quería escribirle una carta a su novia ¿verdad?” - dijo el niño sonriendo con la picardía de quien dice algo que no debe.
“Sí, claro. Él estaba enamorado de una dama, pero no sabía cómo decírselo…” - seguía el anciano con paciencia.
Por desgracia, se alejaron y yo me perdí en un autobús lleno de gente criada con viejas historias contadas con cariño. Pero de aquella jamás conocería su final. Así que, para no olvidar el comienzo y las sonrisas que la acompañaban, comencé a doblar con cuidado el folleto de un tenista que me habían dado en la recepción. Cuando acabé colgué la sonrisa de un anciano y de su nieto adoptivo en cada una de las alas.
Los exámenes terminaron y comenzaron las evaluaciones, se acabó el trabajo de los alumnos y ahora comenzaba el de los profesores. Y ellas se acercaban sin remedio. Fríos folios que portaban la sentencia de todos nuestros veranos, el fruto de todos aquellos meses: las notas finales.
Mi folio solo portaba un pleno de SB, tristes y sin más fundamento. Yo los miré con indiferencia y le di la vuelta al folio sobre el pupitre. Pero la reacción de mi compañero fue tan contraria a la mía que no pude pasarla por alto. Le entregaron las notas, las miró y derrochó toda su felicidad y su asombro en una sonrisa que brotó en su rostro. La sonrisa solo la había visto yo y era en ella en la que mostraba sus verdaderos sentimientos: el orgullo de la victoria, lo había conseguido. Para aquel chico, tres años mayor que yo, sacar todas las asignaturas era un logro que le había costado sangre, sudor y lágrimas. Era un tunecino del que no conocía más que las palabras que intercambias con un compañero de pupitre. Pero no hacía falta conocerlo para darte cuenta de que estaba luchando contra la etiqueta que le había puesto la sociedad por sus amigos, los lugares que frecuentaba, la vida que decían que llevaban sus padres… Él luchaba por salir de aquel agujero succionador y me alentaba la idea de que lo estaba consiguiendo, de que tal vez yo había contribuido aceptando aquel lugar que, al principio, nadie había aceptado, y aquellas notas eran el primer paso de todos los éxitos que le esperaban.
Me apresuré a copiar mis notas en un minúsculo trocito de papel y comencé a doblar. Cuando me encontraba en esta tarea vi que Chus, algunos pupitres más alante, levantaba los pulgares con una pregunta entre las cejas fruncidas. “¿Todo bien?” preguntaba su expresión. Me apresuré a sonreír y contestarle que sí enérgicamente.
Para no olvidar nunca la sonrisa ni aquella expresión, cogí la grulla y la sellé con la sonrisa de triunfo de un tunecino al que no recordaría si no fuese por ella.

Pasaron las últimas semanas de curso y, perezoso, llegó el verano. Celebramos las buenas notas de muchos y las malas notas de algunos. Chus y yo invertimos la mayoría de las mañanas en ir a la playa, y allí: hablar, nadar, jugar al voleibol, ligar si se podía y broncear nuestro cuerpo de la alegría y la libertad que vibraba en el aire aquel verano.
Tras una de aquellas mañanas, yo me encontraba en un autobús con el pelo destilando agua salada, con la mirada perdida en el mar que se veía por la ventana y con los pensamientos revueltos. Pero no cesaba de notar una mirada infantil, y ya que era insistente, opté por corresponderla. Al hacerlo, me topé con una pequeña mujercita de escasos dos años. Desde su cochecito y bajo un sombrerito veraniego me observaba con gesto de concentración. Era rubita y estimaba que extranjera, tenía la piel blanquita como la leche y los ojos del mismo azul del mar. Y sin más, me sacó la lengua con gesto burlón aunque inocente. Al principio me quedé perpleja, pero le respondí al gesto casi de inmediato, divertida. Y así comenzó una guerra de burlas y lenguas mostradas con una pequeña desconocida. De pronto, una risa estalló en el pecho de la niña precedida de una sonrisa. Unas carcajadas tan puras como cabía esperar, y yo, que no pensaba ser menos, comencé a reír también contagiada de aquella alegría tan absurda y me acordé de otra frase de las que te dejan marcada “lo maravilloso de la infancia es que todo en ella es en sí una maravilla.” Y así fue como una pequeña infante de rizos rubios y mofletes rosados me dio una sonrisa. Cuando su madre y ella se bajaban del autobús hablando en un idioma desconocido, yo fui hasta un asiento en el que lloraba su soledad un periódico abandonado, y haciéndome con la página de los chistes comencé a doblar las viñetas para conseguir la grulla que guardaría una sonrisa de verano.
La primera semana de Agosto incluso Chus se fue de excursión con una especie de comunidad de chinos en la que varias familias viajaban por el país para hacer turismo. Esa misma semana regresó mi hermano de su curso “Erasmus” en Alemania. Hacía mucho que no pasaba tiempo con mi hermano y, puesto que Chus no estaba para acompañarme a la playa, decidí que hiciésemos algo juntos. Y sin más de dos conversaciones, en menos de doce horas, ya nos encontrábamos llenando de ropa y comida para cinco días las mochilas de montaña. A mi hermano siempre le encantaron aquellos planes: escapadas a la naturaleza de forma espontánea y sin más previsiones. Sin ataduras ni horarios, comida y saco de dormir a los hombros “¿Qué más necesitas?” solía decir. Así que cogimos el pequeño coche de mi madre y nos lanzamos a la aventura.
Durante el viaje en coche me di cuenta de que mi hermano seguía siendo el mismo hippie de medio pelo con vocación de cura que había conocido siempre. Una mezcla extraña pero real. Mi hermano era el que más fervientemente seguía la religión católica de mi familia, pero vestía como un desaliñado hippie, le gustaban las decisiones espontáneas, los viajes en los que no dependía de nada que no fuese lo que podía portar en una mochila y la naturaleza, por encima de muchas otras cosas.
El viaje se hizo ameno con Bob Marley acompañándonos, desde dentro de un viejo CD, gran parte del camino. Y llegamos a la parte más oeste de Cantabria en un tiempo que a mí me pareció demasiado corto.
No sé cómo, pero mi hermano tiene un talento especial en encontrar lugares preciosos y encantadores para pernoctar. Era un lugar entre árboles, lejos de las ciudades en un pueblo pequeñísimo y rústico en el que una anciana tenía una pensión. Las dos noches siguientes las pasamos en ruta, una ruta dura pero en muchos tramos agradable con lugares preciosos. El tercer día alcanzamos, después de un gran esfuerzo, nuestra meta.
La sensación de absoluta victoria y de triunfo que me atravesó como si de un torrente se tratase al sentarme en precario equilibrio sobre el vértice geodésico no se puede describir con palabras que yo conozca. Me recordó vagamente a lo que había visto en los ojos de mi compañero de pupitre dos meses atrás.
Mi hermano llegó y se sentó apoyando la espalda en una piedra con gesto cansado, pero con la misma triunfal expresión en el rostro, me cogió la mano y se puso a rezar el Padre Nuestro. Cuando acabó y la solemnidad se disipó me puse a reír a carcajada limpia, porque a mí me parecía tan apropiado ponerse a rezar en aquel momento como bailar “La Macarena”. Y eso mismo es lo que hice aún entre risas, comencé a bailar “La Macarena” y mi hermano me siguió, no ofendido ni mucho menos, sino sorprendido y divertido por mi reacción. Yo creía en el mismo Dios al que mi hermano le rezaba, hablaba con él más a menudo de lo que me gustaba reconocer y lo respetaba, pero recitar unas palabras frías y sin sentido, predichas anteriormente por otro, siempre me pareció absurdo. Cuando acabamos, mi hermano no paró de sonreír y miró todo lo que quedaba a nuestros pies en aquel reducido espacio que significaba el culmen de nuestra victoria. Allí mismo comimos nuestros bocadillos y allí mismo guardé la sonrisa de mi hermano, una grulla hecha con una servilleta.
Volví de la escapada con mi hermano y Agosto llegó a su fin. Así comenzó la quincena de vacaciones que yo siempre había querido más porque significaba la vuelta de todos a casa y apurar al máximo todos juntos nuestros últimos días de libertad pasándolo bien a más no poder.
Y eso hicimos. Aquella tarde, la víctima fue mi casa pero sin duda mereció la pena. Refrescos, palomitas, chuches y pizzas, música y muchas ganas de pasarlo bien. Ambiente alegre y relajado en el que surgían conversaciones serias que podrían discutirse en cualquier reunión de la ONU. Nosotros no andábamos muy lejos, ya que era el mote mofante con el que nos llamaban algunos.
Lancé una mirada general y me di cuenta de que algo más de la mitad de las personas que allí nos encontrábamos eran extranjeras, de distintas creencias o procedencias. En aquella habitación con refrescos en la mano había una pareja de rumanos, los dos de familia ortodoxa; una argelina, que hablaba animadamente, era de religión y costumbres musulmanas; un brasileño que movía la cabeza al ritmo de la música, trataba a las bailarinas de samba como si de dioses se tratasen; Chus que era china de familia budista; y el resto éramos españoles; algunos, cristianos y otros creían en la suerte o en nada. ¿Pero sabéis qué? Todos teníamos dos ojos y una boca, todos teníamos sueños y ganas de sonreír y de divertirnos.
Nuestra mayor broma siempre había sido escenificar los chistes de nacionalidades “Un francés, un inglés, un chino y un español…” se habían convertido sin remedio en “Un rumano, un brasileño, una argelina y un español…” o cualquier otra variante que era escenificada con humor y acababa con una carcajada general.
Entre rostros desenfadados y bromas constantes surgió un futuro tan poco probable como deseado en el que todos cursaríamos carreras importantes y variopintas, viviríamos juntos y todos juntos seguiríamos pasándolo de miedo. Pasamos aquella tarde entre bailes de amistad y alegría sin límites. Cualquier científico nos miraría con ojos clínicos y les echaría la culpa a las hormonas que todo lo incrementan. Yo, por una vez, echaré la culpa a la igualdad, a la amistad, a diez latas de coca cola y a un viejo radiocasete. A una grulla hecha con una foto que guarda la sonrisa de muchas naciones.
Siete. Siete son las sonrisas que os he contado y novecientas noventa y nueve podrían ser las que os contase. Pero los antiguos consideraban al siete como número que simbolizaba el todo; por tanto, lo dejaré aquí. Solo necesito encontrar una última sonrisa y decidir cuál será el deseo que completará el proverbio que tanto tiempo llevo persiguiendo.
Echo un vistazo a mi alrededor y me doy cuenta de que en esta habitación invadida por un ejército de grullas de papel está contada mi vida desde entonces. Varios tickets de autobuses cuentan todas las sonrisas que allí cacé; los sonrisas que provocaron las sorpresas y regalos de innumerables personas, como aquel cartel que empapeló la facultad en el que mi novio me gritaba que me quería; la canción que me había compuesto un gran amigo que conocí en una peregrinación a pie hasta Roma; una prueba de embarazo negativa de un buen susto que me dio el periodo en mi época universitaria; el papel de una chocolatina que me salvó del desmayo en una ruta por los Alpes; y muchos, muchos más… Y al ver todo esto reflejado en mi memoria y refrescado por lo que me rodea no puedo hacer menos que sonreír. Y he decidido que esa va a ser la sonrisa que sellará mi última grulla, la única sonrisa propia de todas las que aquí se encuentran. Cojo la sonrisa con cuidado y la fundo con el corazón de esta grulla, un corazón que tiene para mí una historia personal. Esta grulla la he forjado con la última carta que me envió Chus desde China. La añoro. Es la persona más distinta a mí que jamás he conocido y, sin embargo, es la mejor amiga que he tenido y tendré jamás.
En una ocasión, me contó que solo había conocido a una persona con la suficiente paciencia para hacer realidad el proverbio, su abuela, y me alegró conocer que su deseo se cumplió aunque Chus no consintió desvelarme cuál había sido.
Así que, ya he decidido cuál será mi deseo. Viajar hasta China y reencontrarme con Chus, contarle que lo he conseguido y que necesito otra de sus sonrisas para volver a comenzar, contarle que cacé mil sonrisas y fabriqué mil grullas reuniéndolas en una montaña de recuerdos y alegría.

Happy:) & Cheerful_

sábado, 30 de abril de 2011

Francis y su cepillo mágico.

Tengo varias historias con este personaje, no siempre se llama igual, ni le pasa lo mismo, ni lo que le pasa tiene relación con lo anterior. Pero siempre es el mismo perfil, el vagabundo que no tiene nada y que se considera infeliz pero con muy poca cosa consigue la estabilidad y la felicidad, cosas que el resto tenemos y no le damos importancia. Todas estas historias comenzaron a surgir en mi mente a raíz de una extrañísima "amistad" que tuve el verano pasado con un hombre que se dedicaba a tocar el acordeón en el paseo marítimo de esta maravillosa ciudad. Además yo sé lo que es pintar con un cepillo de dientes y darte cuenta de que aquello que resulta es más de lo que cabría esperar, algo tan insignificante como un cepillo de dientes...
Esta historia en concreto la escribí para una amiga, ella hace fotos y yo escribo. Así se complementan nuestras aficiones, yo le pido fotos para mis historias y ella historias para sus fotos. La foto con la que acompaño el texto es suya y le recomiendo su blog a todo aquel que quiera ver algo diferente. (Este último comentario me parece de lo más estúpido porque solo tú entras a ver esto pero por intentarlo no se pierde nada...) 

Enero 2011

Cualquiera podía considerarme una persona desgraciada, es más, yo mismo me consideraba una persona desgracia hasta hace pocos días.
Jamás he vivido como tú, jamás. Porque dudo mucho que hayas malvivido en la calle intentando soportar el frío a base de alcohol. No soy el borracho que estás imaginando, pero el frío tienes que combatirlo.
En verano, mi mejor época sin duda, cuando la gente se echa a la calle, se descubren lo ombligos y las noches son tan cortas que puedo dormirlas enteras, es cuando la cabeza se me llena de ideas. Hay una explosión en mi mente y todo se llena de color, y si no pintase, explotaría. Y eso hacía, explotar. Todos los veranos de mi vida, hasta este, me dedicaba a imaginar, no hacía más que pasear y lamentarme de mi desgracia. Pero al principio de este verano decidí que no me volvería  a pasar. Muy decidido, entré en un supermercado enorme, las cajeras no me miraron con buenos ojos pero las ignoré cuanto pude. Con mi recaudación de mucho tiempo en la puerta de una iglesia, compré latas de pintura. Sin saber cómo escogí al azar los colores primarios y como no me quedaba mucho dinero no tuve más remedio que comprar un puñado de cepillos de dientes que pronto se convertirían en mi símbolo.
Y sin perder más tiempo, escondí mis nuevas pertenencias en mi actual alojamiento y salí al mundo a ver personas y rostros desconocidos, cuerpos tostándose al sol e historias que prometían ser interesantes.
Cuando mi mente hervía de actividad, fui corriendo a por mis artilugios y, como si de una necesidad se tratase, comencé a pintar sobre el viejo muro de una obra. Un muro que llevaba años delante de una obra paralizada, un muro blanco e insípido.
Y después… no recuerdo nada, es como si hubiese perdido la consciencia mientras pintaba. Recordaba vagamente haber pintado con las manos, los dedos y todos mis cepillos, mezclando los colores y haciendo realidad mi verdadero sueño. Reflejé en un muro todas mis fantasías y temores en un estado de éxtasis que no me proporcionaría ninguna droga y tras una mañana de actividad frenética, así como estaba caí rendido a los pies del muro, coloqué una lata en el centro de mi colosal mural y esperé.
Vi fascinado durante horas cómo la gente admiraba mi mural y cómo la lata se iba llenando moneda a moneda. Cuando decidí que había suficiente fui a guardar mis cosas y mi nuevo tesoro, y a conseguir comida.
En una ducha pública a las orillas de la playa me quité la pintura que me cubría de pies a cabeza y sentado en una roca comí como pocas veces lo había hecho.
Sin saber que sería de mí mañana, me eché a dormir donde siempre más derrotado que nunca.
La gran sorpresa llegó al día siguiente cuando, cerca de mi fardo encontré un sobre que contenía dos fotografías de mi mural del día anterior y una nota sencilla que yo no sabía leer. Conseguí que un sabio vagabundo me la leyera y su significado me inquietó:
“Te reto a superarte a ti mismo”
Fui al lugar de mi glorioso día anterior y encontré lo más inesperado, pero todo un regalo. La pared estaba blanca de nuevo, lista para volver a ser pintada, y eso fue lo que hice. Un nuevo mural totalmente distinto, una lata totalmente llena.
Ahora cada día de verano vuelvo al mismo sitio a realizar mi sueño y a amenizar la vida de los demás.
Alguien me regala cada mañana una pared en blanco y un par de fotos de la pared colorida del día anterior. Ahora pasan los días contados por fotos de mis propios dibujos, guardadas celosamente en una carpeta que encontré en la basura.
Mis cepillos de dientes me guían y la gente que me rodea me inspira. E, incluso, me han puesto mote, un mote increíble para alguien como yo:
“Francis y su cepillo mágico”
Digno de película ¿verdad?

Happy :) & Cheerful_