domingo, 31 de julio de 2011

Gaviota despistada


Esta historieta esta claramente dedicada a Gaviota Despistada, porque lo vi apoyado en el árbol, en aquella piscina municipal después de aquella largo caminata. Sus calcetas, sus gafas, su sombrero, sus botas, sus pantalones… y tuve un pensamiento expresado en voz alta que al principio temí que fuese tomado a mal “eres todo un personaje” Y así fue como comencé a hacer preguntas impertinentes sobre su familia, sus gustos, sus novias y su infancia… Espero no haber sido muy pesada. Y que esta historia no resulte incómoda porque en muchas ocasiones el personaje solo es Pepelu físicamente, ya que me temo que no lo conozco lo suficiente para saber cómo reaccionaría en cada ocasión.
Pero además de a Pepelu, también se lo quiero dedicar a todos los scouts. Por todas, las cosas que compartimos y compartiremos, por los momentos, los abrazos, los juegos y las guerras de agua. Por todas esas cosas que aparecen en una canción de Alejandro o de Jesús o de un loco que no conocemos, pero al cantarlas sentimos que tiene razón.
Por último mencionar que este cuanto es un poco especial, hay cosas contadas a medias pero que ciertas personas entenderán a la perfección. Cuando tu escribes un cuento lo haces dando todos los detalles necesarios para que cualquier lector anónimo comprenda, me temo que en esta ocasión no va a ser así.
Espero que os guste.
PD: La foto de las gaviotas es de Cheerful, siempre dispuesta a ofrecerme lo que haga falta, gracias.

Julio de 2011

A veces pienso que tal vez solo sea un fantasma o una imaginación, pero el recuerdo es tan vivo…
Nunca le he hablado a nadie de él pero creo que ha llegado el momento.
Cuando lo vi por primera vez, paseaba mi mayoría de edad recién estrenada por una playa en la que estaba veraneando con unas amigas. Caminaba sola muy temprano, y  hacía ya dos horas que había dejado el pueblo atrás. Si me hubiese vuelto en cuanto lo pensé, no lo habría conocido, pero seguí caminando hasta unas rocas y al subirme en una de ellas le vi. Estaba acostado sobre la arena muy cerca del rompe olas y empapado por las salpicaduras. Un montón de objetos se esturreaban a su alrededor y lo primero que pensé fue que había tenido un accidente o que se encontraba enfermo o…
Me esperaba de todo menos lo que ocurrió.
Me incliné sobre su rostro buscando heridas y mi pelo tocó su cuerpo por error. En su rostro se dibujó una sonrisa plena que apenas dejaba imaginar sus dientes, y abrió los ojos diciendo: “Soñaba que me despertaría un ángel y se ha cumplido”.
Aquella vez fue la única que le vi los ojos, pero no consigo recordar de qué color eran. Se puso de inmediato las gafas de sol el resto de su pintoresco atuendo y cuando estuvo ante mí no pude más que mirarlo de arriba abajo y analizar. Llevaba unas botas de cuero desgastadas por el uso, unas calcetas verdes a rayas y unos pantalones vaqueros por las rodillas, una camisa scout, una pañoleta y un cuatro bollos; cabello castaño y barba de pocos días.
Más tarde, ni siquiera recuerdo cuándo, encontré mil detalles curiosos en su vestimenta  que me llamaron tanto la atención que me gustaría mencionarlos. En uno de los bolsillos traseros de los desgastados pantalones vaqueros llevaba un parche con la cabeza de Jack Skeleton, como pasanudos llevaba una cabeza de turco y en la punta de la pañoleta un silbato, llevaba su tótem grabada con la dedicatoria de la jefa, y en la camisa scout llevaba las insignias de todas las ramas lo que le convertía en todo un veterano… y muchos otros detalles pequeños.
Pero volvamos al momento en el que todo aquello se me escapaba.
Se presentó como “Gaviota Despistada” y me invitó a ir al pueblo con él para desayunar. Por un segundo volví a la realidad y rechacé la oferta del desayuno aunque fuimos juntos andando hasta la casa en la que me alojaba y eso nos dio la oportunidad de hablar durante horas. Y hablamos…
El comenzó contándome que acababa de llegar de un campamento y por eso iba con el uniforme scout al completo. Yo le conté que de pequeña había sido scout pero que cuando los estudios habían empezado a complicarse, tuve que dejarlo. Él habló de su abuela, que vivía en aquella aldea, y que venía a visitarla todos los años por su cumpleaños.
En aquella conversación descubrí cosas sobre él que no conocía ni de algunas de las personas más cercanas a mí: su color favorito era el verde y su número el 13; el día de su cumpleaños, el 13 de febrero.
-Justo en la víspera del día de los enamorados –dijo con una sonrisa.
También le sonsaqué su nombre aunque me dijo que le encantaba presentarse con su tótem scout. Su nombre era Pepelu.
Logró que hablase sobre mis dudas acerca de estudiar filosofía porque, a pesar de ser lo que quería, no resultaba con salidas económicas. Me hizo recordar mis días como scout con un cariño entrañable y pasó la mañana como un suspiro mientras hablaba con aquel extraño al que ya consideraba amigo.
Llegué a nuestra casita de alquiler y me despedí de él, pero mis amigas seguían durmiendo a pesar de ser cerca del medio día. Así que jamás les conté mi encuentro. Sé que en aquel momento tenía alguna razón, pero no la recuerdo.
Pasé varios días pensando en aquel extraño encuentro, en que me gustaría repetirlo, pero no había guardado ningún contacto: ni una dirección, ni un número, ni un correo electrónico…
Así que me agarré a lo único que me unía a aquel extraño personaje.
Caminé por la playa hasta el escollo donde lo vi por primera vez, a la misma hora y contra todo pronóstico, allí estaba.
Se encontraba sentado en la arena con un poncho de lana de llama y un palestino resguardándolo del aire frío de la mañana y, para mi sorpresa, tocaba la guitarra. Susurraba una canción muy bajito y me acerqué con la estrategia de que fingiría haber venido por casualidad.
-¿Qué tocas? –pregunté a modo de saludo.
-Has tardado mucho, te he esperado varios días aquí sentado –dijo sin dejar de tocar, mirándome desde el resguardo de sus gafas de sol. Jamás sabría de qué color son sus ojos.
-¿Perdona?
-Estoy tocando un viejo tema de Muse.
Así comenzó otra mañana desde muy temprano con aquel chico. Caminamos por la orilla y cuando empezó a hacer calor se liberó del poncho y del palestino y pude ver una camiseta con un rótulo en danés.
Así fue como le pregunté sobre los lugares a los que había viajado, y comenzó a contarme todo lo que había vivido en los largos viajes solo, con sus amigos de la infancia o con su perrito Badi, que más tarde me contó que aquel nombre venía de Baden Powell.
Me contó que fue a Jerusalén y luego a palestina para intentar entender porqué peleaban, quien tenía la razón o si había alguna solución. Me contó cuando fue a Cabo Verde y de cómo todos le trataban como un Dios por ser blanco y por permitirse comer un bocata cada día. Justo después de estar en Kingston, Jamaica, fue a La Habana, Cuba, para intentar comparar el capitalismo con el comunismo y me contó que ninguno daba  la felicidad al cien por cien de la población, unos contentaban a unos y otros a otros.
Llegamos a la cafetería de la aldea justo cuando me contaba que había encontrado a su primer amor en una cafetería, una chica morena y zapillera de su ciudad natal.
Le pregunté sobre sus otro amores y contó que aquella chica había sido un primer amor que no se olvida, que había otras pero nada especial y, aunque creía tener una hija en algún recóndito lugar de los Estados Unidos, ni siquiera estaba seguro.
Hubo un momento en el que la conversación giró hacia mí cuando cogimos los cruasanes de la barra y nos sentamos, pero me daba la sensación de que yo no tenía nada que contar, nada comparado con sus innumerables viajes, que no había vivido nada en aquellos dieciocho años.
Pero él me tranquilizó diciendo que había comenzado a viajar con mi edad, que antes solo había llegado hasta la desembocadura del río a las afueras de su ciudad.
Le pregunté como escogió los lugares que visitar y me dijo que cuando estas en China y te acabas de hacer rico vendiendo vaqueros y todos los carteles están en mandarín solo hay una frase que te indica el rumbo a seguir: “Escoger caminos aleatorios elegido al azar”.
Después de devorar dos cruasanes y un vaso de zumo me tenía que ir, muy a mi pesar.
- Espera, esta noche pasa algo muy especial y me gustaría compartirlo contigo. ¿Te importa si te recojo antes de que anochezca? – dijo cuando me levantaba – Y, por cierto, debes llevar algo para bañarte y ropa de abrigo.
Aquella noche tras ir al cine de verano con mis amigas, nos duchamos y ellas se prepararon para ir de fiesta; yo, en cambio, me puse el bikini, unos vaqueros largos, unos deportivos y la sudadera más gustosa y recia que tenía en la maleta.
Me recogió cuando ya apenas se veía en la calle y mis amigas ya se habían ido. Subí al coche desde el que me pitaba, llevaba mi toalla y el resto de mis efectos personales en mi mochila de rayas.
- ¿Preparada?
Asentí, intrigada por ver lo que me esperaba aquella velada.
Él encendió la radio y de inmediato sonó un tema de jazz y tras encender el motor enfiló el estrecho carril que avanzaba en paralelo a la playa.
No llevaba las gafas de sol pero las luces verdosas de los botones de la radio no eran suficientes para ver sus ojos.
Después de media hora de camino llegamos a una pequeña ensenada entre dos altos acantilados.
Gaviota aparcó el coche al principio de la arena y se apeó. Rescató del asiento trasero su mochila de montaña, que ya conocía de nuestros encuentros anteriores, y se acercó a mí que lo esperaba expectante.
En ese momento no reparé en el libro de astronomía que sostenía en una mano, pero sí lo vi cuando lo depositó sobre la arena junto con su mochila y su camiseta y se zambulló en el mar.
- Ven, no te cortes, el agua es muy cálida en esta playa las noches de verano.
Dejé atrás mis pantalones, mi camiseta, el bolso, la toalla y la timidez. Fui tras él en el agua y reí como nunca. Jugamos y nadamos durante horas y cuando la luna creciente descendía, Pepelu me invitó a que saliéramos del agua y nos secásemos. Fuera del agua cálida la brisa gélida de aquella región se escabulló entre mis cabellos mojados y me congeló hasta los huesos.
Me quité el bañador mojado cubriéndome con la toalla y me apresuré a reemplazarlo por la ropa seca y a esconderme bajo la sudadera. El cabello mojado no tenía remedio, así que lo sequé cuanto pude y lo cubrí con la capucha.
Conforme yo hacía esto, Pepelu había hecho lo propio y ahora estaba cubierto con su poncho de lana y su palestino y me miraba esperando… No estoy segura qué esperaba pero lo que fuera, ocurrió. Cambió su expresión y me regaló una sonrisa tímida y comenzó a decir.
- Hoy es 10 de agosto, día de San Lorenzo. Es el día más caluroso del año porque a San Lorenzo lo quemaron en una hoguera y dicen que derramó lágrimas de fuego.
Miró al cielo cuando acabó de decir esto y lo que vi me dejó sin palabras. El cielo estaba plagado de estrellas fugaces, maravillosas lágrimas de fuego derramadas por San Lorenzo.
Me tumbé al lado de Pepelu y disfrutamos del espectáculo durante horas, comentando cosas como las constelaciones, la vía láctea o las supernovas. Me dormí al cabo de un par de horas viendo las estrellas cayendo del cielo como único techo y entretenimiento. “Quién necesita televisión después de esto”, ese último pensamiento quedó perdido entre la vigilia y el sueño.
A la mañana siguiente nos despertamos con el alba y me dejó en mi casa incluso antes de que mis amigas terminaran con su noche de baile y chicos.
Los días en aquel lugar maravilloso topaban a su fin y yo quería exprimirlas a tope.
Con mis amigas hicimos noche de películas y margaritas, días de playa eternos y noche de baile e intentamos despedirnos de todo. Pero yo no podía parar de pensar que de lo único que no me había despedido era de lo que más deseaba despedirme: una gaviota despistada.
Así que pronto, o eso creí, decidí ir a buscarlo. Al principio no supe a dónde y caí de nuevo en que no habíamos intercambiado ninguna seña.
Llevaba dos mañanas sentada en la playa cuando apareció con sus gafas de sol y su mochila cargada.
- Debo irme – dijo sin más – he venido a despedirme.
- Yo también, pero… - me quedé bloqueada – no sé qué decir.
- No hay nada más que decir, ven aquí y dame un abrazo.
Y tras estrecharme entre sus brazos se dirigió hacia el sur a un nuevo viaje, una nueva anécdota.
A la mañana siguiente cuando cogía mis maletas para dirigirme a la estación, vi una gaviota que volaba hacia el sur, una gaviota despistada.
Ahora hablo de él, me he acordado de él, de mí…de lo que creía ser un sueño, porque lo he visto en una foto en el periódico, tal y como lo recordaba. Con sus calcetas, sus gafas y su palestino. Había salvado a un vagabundo de morir ahogado en la frontera de nuestro país. No quedaba claro si iba o venía pero sé una cosa, debo dejar guardado ese recuerdo, guardar con cariño aquella amistad y dejar volar a la gaviota despistada.

Happy :) & Cheerful_