sábado, 31 de diciembre de 2011

Paseo navideño.

Los hábitos hacen costumbres, este año ha sido el primero desde hace mucho tiempo que no vagabundeo por las calles de Granada con mi padre en busca de libros viejos. Porque desde aquella tarde se convirtió en algo que hacíamos los dos solos, juntos. Pasábamos la tarde hablando entre la gente y entrábamos en uno de esos establecimientos tan curiosos, llenos de historias viejas que ya no se volverán a editar. Historias que parecen estar esperando a que mi padre las encuentre.
He echado de menos ese paseo este año, pero fue extrañamente reemplazado por una mágica visita a la catedral, la cual hemos visto ambos decenas de veces. Pero esta vez no nos fijábamos en las columnas por su belleza arquitectónica, sino por algo mucho más misterioso y digno de tener una historia solo para él, el reloj de la catedral.
PD:Como siempre gracias a mi tio por prestarme la foto.

Diciembre de 2011
Aquella navidad hacía muchísimo frío, un frío que congelaba el agua de las fuentes y vestía las manos de guantes de lana.
Mi padre siempre ha sido un alma libre que en navidades se veía ahogada en un diminuto y sofocante piso de aquella ciudad iluminada con luces de miles de colores.
Toda la ciudad se vestía de navidad y todas las calles del centro se llenaban de gente con las narices rojas y un deseo en los ojos. El aire olía a la promesa de los regalos sobre los zapatos, olía a un año que se va, olía a bolas doradas y a frío, mucho frío. Un frío que convertía mi aliento en una nube blanca.
Aun recuerdo mi nariz helada, mis orejas protegidas por un gorro de lana, una bufanda gruesa y gustosa sobre mi cuello y el mejor abrigo que he tenido jamás. Pero no llevaba guantes, no los llevaba para poder sentir la piel cálida de la mano de mi padre que cogía la mía con firmeza. Mi padre mantenía mi fría y diminuta mano bien agarrada para que no me perdiese entre la muchedumbre de la Gran Vía o en la inmensidad de la plaza Bib rambla. Yo tenía apenas ocho años recién cumplidos, pero ya adoraba los libros.
Aquella tarde mi padre había deseado huir en busca de palabras, pero no de palabras nuevas con la tinta aun fresca, no; buscaba palabras ya leídas, impresas en páginas amarillentas que oliesen a libro viejo. Y yo, había decidido acompañarlo.


Happy:)